Suelo alinearme en el equipo de los vivos y el juego de "balonazo y después ya nos arreglaremos" suele darme, si no buenos resultados, buenos tiempos extra y empates agónicos.
Este puente he estado con gente a la que no veo habitualmente en el día a día. Simples amigos y algunos mucho más importantes. Siempre hay una parte de mi yo sentimental que me pega un toque en el estómago, me guiña un ojo y me agradece haberle llevado ante según que personas -que no gente-.
Por razones biográficas, ideológicas y de militancia, siempre me he considerado ateo. Y odio a los que se dicen agnósticos porque, a parte de ser una mierda de palabra snob, me parece lo mismo que un "a mí me da igual" cuando hay que elegir restaurante.
El sábado en la mesa mi madre contaba anécdotas y recordaba con mucho cariño a un compañero de trabajo que había tenido allá por los primeros 80, cuando todo iba a ir mejor. Entonces me espetó que ella sí cree. En un dios o en quien haga falta. Porque ella necesita saber que después de esta vida se reencontrará con toda esa gente que se ha ido perdiendo en el camino.
El objeto de este texto no es declarar que ahora soy creyente. Es pensar en la verdadera vida. En toda esa gente que deseo encontrar cuando estamos lejos y con la que compartiría unos momentos de vida -de la que se vive- en esos momentos.
Estoy empezando a valorar el no tener que lamentar bajas en mis compañeros de viaje.
Aterrizaje forzoso
Hace 3 años
cuando la palmemos, ycsi el cielo existe estoy seguro de que sera muy parecido a la iguana, al fecal o a algun bar de vizcaya, beberemos noche y dia mientras escuchamos a dylan y decimos: este si que es el altisimo
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