martes, 22 de septiembre de 2009

Siempre con traje

(...)
-Hola -dijo el cartero.
-Traerás cartas.
-Sí.
(...)



Allí estabas, esperando a tu tres-veces-campeón-mundial en tenerte. Yal otro lado de la pared, todo ese montón de gente pegando la oreja y utilizando vasos para ver si lo escuchaban. ¿Qué hiciste para pasar desapercibida? No les enseñaste tu maletín lleno de explosivos, ¿verdad? No querías levantar sospechas por algo que se ve todos los días por TV. Buscabas algo especial.

Mientras tanto, cerca de la puerta del hotel, tenías a tu complice más inverosímil. Saltaría la alarma del coche para dar la señal. ¿Cómo, valiendo tan poco, tuviste el valor de ser la primera en comprar a la gente de la calle? En el instante preciso, tu gurú del sexo entre cartones reventó el cristal del Santander de la esquina y saltaron todas las alarmas.

Las señoras rompían los cristales de las tiendas que asaltaban con una agilidad inédita. Alarmas, alarmas, alarmas. Y un bebé llorando. En un momento se calló. Debieron pasar por encima de su carrito.

Y ahí terminó todo. La explosión fue muda. Nadie debía conservar sus timpanos a esas alturas. Todo desapareció. Y se puso a llover. Y aún sigue lloviendo.

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