El lugar mantenía ese olor a noches pasadas, a alcohol derramado por el suelo semana tras semana. Todos los clientes habituales sabían la baldosa exacta tras la que el barman escondía las cenizas de su madre. También ocupaban un lugar especial los dientes de aquel novato con moto nueva que entró pidiendo pelea y la perdió.
La primera regla de la comunidad era que no se podía pedir una gota de alcohol hasta pasado el primer cuarto de hora de cada hora impar. La segunda, que no se podía preguntar por qué. Era un peculiar homenaje que el barman hacía a la primera y única mujer de su vida que amenazó con marcharse si abría la condenada botella de whisky que se bebió la noche del 13 de abril de 1994.
Yo llegué por primera vez de la mano de un viejo amigo y encontré al barman de buen humor y sereno.
Otros no corrieron la misma suerte.
Aterrizaje forzoso
Hace 3 años