domingo, 30 de agosto de 2009

No es sólo cuestión de suerte

Uno aprende a no tomarse demasiado en serio. Dos nunca.

Las tres semanas viviendo sólo en casa me habían hecho cambiar de opinión acerca del Pan Bimbo. Benditos los hornos. Por no hablar del día que apareció en la cocina, por arte de hermana, una soberana barra de pan... ¡campesina! Aquel día comimos bocadillos, tostadas, más bocadillos, untamos pan con todo lo que había por el suelo. Evidentemente no quedaba pan para la cena, pero siendo un día tan distinguido, decidí que no valía la pena joderlo y comer cualquier mierda con pan de molde. Aquello tenía que terminar bien.

Cogí el coche y fui al segundo hipermercado más cercano. Cuarto pasillo... congelados... ¡Bingo! Lasañas, san jacobos, pizzas... Los países nórdicos sí que saben lo que es comer. Descarté todas las marcas que no fabrican para otras marcas y, de entre todos los productos más baratos, me quedé con la pizza más cara. La elegancia y el saber estar nunca hay que saber perderlas. Además todo el mundo sabe que las pizzas con peor aspecto son las mejores una vez están listas.

En casa no precalenté el horno pues estaba lleno de sartenes, cazuelas y demas artefactos que, de sacarlos, tendría que volver a guardarlos. El micro-ondas era el invento del siglo XX y, por consiguiente, di cuenta de mi pizza en un estado de descomposición preocupante en productos de tan baja calidad.

En la televisión el fútbol de pretemporada me turbaba, en el ordenador había la misma mierda de siempre y en el salón el carro de las bebidas me miraba de una manera demasiado "ni-se-te-ocurra" como para atreverme a tener el par de huevos necesarios para abrir esa botellita de ginebra normal.

Aprendí otra buena lección, y es que a falta de pan, mejor será que salgas por la noche.

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